jueves, 15 de abril de 2010

VIVE Y APRENDE

Dicen los que dicen: “vive y aprende”… Lejos de ser negativas, las caídas en la vida son preciosas oportunidades de aprendizaje y de crecimiento espiritual. Dicho esto, tengo que confesar que no deja de sorprenderme la poca capacidad que tengo de aprender mis propios errores. Soy como una mosca que choca contra el vidrio y en lugar de buscar otra salida, toma distancia y vuelve a arremeter contra el frío y cristalino fracaso una y otra vez. Por cierto, estoy asombrado por la enorme capacidad de las moscas de soportar golpes, es casi tan impresionante como la capacidad del gobierno de hacer pendejada tras pendejada.
Cometo errores garrafales de los que luego me arrepiento y por alguna misteriosa razón recaigo una y otra vez. Una vez estando ebrio como albañil, llamé a una ex novia a las cuatro de la madrugada para decirle algo tan insólito, como: “Hola... soy yo… ¿Qué haces?”
- ¡Pus estoy dormida, borracho hijo de puta, no me vuelvas a llamar!
Eso me hizo pensar que tal vez no se estaba haciendo la difícil y que de verdad ya no pensaba regresar conmigo. Decidí que jamás volvería a marcarle para ser insultado de esa manera.
A los 3 días, según las escrituras, volví a ahogarme de borracho, ésta vez como diputado, y quise llamarle una vez más pero aún en mi patético estado recordé que me había jurado no hacerlo, y lo cumplí… Entonces fui y le toqué el timbre de su casa. Mala idea. Su nuevo novio abrió primero la puerta y luego mi hocico. Y sospecho que una vez que estuve noqueado, el tipo me pateó las bolas, porque desde ese día siento una más grande que la otra y además el chorro de la pipí se desvía unos 15 grados hacia la izquierda.
Otro error que no falla y que se repite continuamente, es que sigo sobregirando mis tarjetas de crédito. Desde que tengo memoria he entrado y salido del Buró de Crédito tantas veces como Fabiruchis lo ha hecho del Torito. Y como me decía mi mamá: “nomás no entiendo”.
A mi favor comentaré que pagar las cuentas con el poder de la firma es de las sensaciones más afrodisíacas que un hombre con baja autoestima y poco pelo puede experimentar. Cuando plasmo mi “poderosa” en el baucher, me siento viril, guapo, un semental. En el antro llega el mesero con la cuenta, yo le digo que no la he pedido aún, él me responde que por disposición oficial el servicio se termina a la 1:30 a.m., y que como ellos son muy correctos cumplen con la ley por estúpida que ésta sea. Entonces tomas la cuenta, elevas la pluma sobre el resto de los perdedores cual varita mágica, y estampas tu garabato ante las sonrisas coquetas de las reinitas que acabas de conocer hace 10 minutos.
- ¿Cuánto le dejo de propina? - le preguntas a tu cuate.
- Pues lo normal es el 10%, el 15 si te quieres lucir con las damitas.
- ¡El 20% entonces!
Y mientras uno se siente George Clooney endrogándose con una lana que no tiene. Las “distinguidas damitas”, comentan entre ellas: "¡Este imbécil pagó toda la cuenta, y obvio que cero que le vamos a aflojar, ehh!”
No puedo evitar hacerme la pregunta obligada: ¿Qué sería de este mundo si aprendiéramos de nuestros errores? Cuestionarme esto es un error porque nunca lo voy a poder responder, pero es uno de esos errores que por lo visto pienso seguir cometiendo.

jueves, 4 de febrero de 2010

LA LLUVIA SACA A FLOTE LA INEPTITUD



CRÓNICAS DFECTUOSAS
MAURICIO JALIFE

Cuando era niño y se inundaba el parquecito “clasemediero” dónde jugábamos, era un evento súper chido. Me encantaba correr con mis amigos por los enormes charcos, salpicándonos, hundiéndonos, jugando todo el santo día. No nos preocupaba en lo más mínimo que nos llegara a dar gripa, difteria, cólera, salmonelosis, gangrena, lepra ni nada parecido. Todo era felicidad, hasta que algún menso metía la pata en una coladera abierta, se la rompía con fractura expuesta, y hasta entonces nuestras mamás se enteraban de que andábamos de cabrones y nos ponían unas madrizas chidas.
En cambio ahora de adulto siento temor, atrapado dentro de mi auto en el tráfico, rodeado de enormes charcos, azotado por la incesante lluvia y tremendos vientos, me brota el cobarde que llevo dentro, y que cada año se asoma más y más. Le rezo a un Dios todopoderoso, para que si se llega a venir abajo un árbol, por favor le caiga encima al diputado racista del PRD, y no a mí. Y es que hay un montón de villanos nefastos para México, que merecerían ser aplastados por la furia de la naturaleza, de recibir un castigo divino. Pero eso nunca ocurre, los árboles caídos, las inundaciones y los impuestos injustos siempre se ensañan con la gente buena y trabajadora, que irónicamente es la que menos tiene.
La lluvia saca a flote no solo las pertenencias de los infortunados, sino que también la ineptitud de los urbanistas del DF, erosiona la poca confianza de los ciudadanos en el gobierno, y arrasa de manera categórica con mis ganas de algún día ir a votar. ¿Por quién y para qué?? ¡Todo es inútil! Gane el partido político que gane, el que siempre pierde es el pueblo.
Nuestras queridas autoridades locales están de adorno, porque en momentos críticos, cuando se supone que es su momento de actuar: ¡siempre son sobrepasadas por todo! ¿El narco nos controla? ¡Llamen al ejército!... ¿Mucha lluvia? ¡Llamen al ejército!... ¿Mucho viento? ¡Llamen al ejército!... ¿Mi mujer toma demasiado? ¡Llamen al ejército!
Y todo para que al final se dejen caer declaraciones, como: “El ejército cometió atropellos y violó derechos humanos”. ¡¡Ohh, ¿entonces pa’ qué llaman al ejército, chingá?
Siempre nos cortan el agua porque dicen los que dicen, que: “los niveles del Sistema Cutzamala no se han recuperado”. Eso me suena a que entonces jamás llueve sobre Cutzamala. Por el contrario, con una lluviecita en la ciudad ésta se inunda a lo bestia. ¿No sería buena idea entonces que cambiemos la ciudad a Cutzamala y Cutzamala a la ciudad? ¡Así todos contentos!